Comenzó a interesarme la música escuchando Discomanía y a Raúl Matas, su conductor.
Voces nada ortodoxas que hacían surco y enterraban semillas en mi cerebro: descubrí que se podía cantar sin ser engolado ni tener una voz académica y contar en una canción cualquier cosa que se te pasara por la cabeza.
Era muy soñador y escribía cartas a las compañías de discos ofreciéndome como cantante. Por supuesto, nadie me contestó nunca.
Mientras no fue necesario estudiar mucho para pasar de curso, fui avanzando. Ya en el instituto, con menos control por parte de los profesores, comencé a suspender escandalosamente y encallé de manera brutal en cuarto, que entonces iba acompañado de reválida para acceder a estudios superiores. Repetí y repetí… La cabeza estaba en otro sitio.
La primera vez que subí a un escenario no era uno como tal, sino una mesa. Por Nochevieja iba con la familia a Casa Villa a cenar y a bailar. Llevaba la armónica que me había regalado el tío Kiko en el bolsillo del pantalón. Cuando avanzaron la noche y los vapores etílicos, alguien me pidió que tocara. Despejaron una mesa y me subieron encima. Yo, sin dejar de mirar al suelo, toqué a mi manera El sitio de Zaragoza. Me aplaudieron bastante aunque yo ni siquiera levantara la vista.
Cuando llegó a nuestra clase doña Concha, la maestra, preguntó si alguien quería recitar una poesía, decir unas palabras en su honor, lo que quisiera. Lo que nunca esperaban es que hubiera un espontáneo que se plantara en medio de aquel corro para cantar Campanera.
¿Por qué has pintao tus ojeras?
La flor del lirio real.
¿Por qué te has puesto de seda?
Ay, campanera, por qué será…
Ese fui yo y ese fue mi debut como cantante. Todos me aplaudieron. Mis amigos más cercanos me miraban estupefactos, desconocían lo más íntimo de mí: la admiración que profesaba por el niño prodigio llamado Joselito.
Canté unos treinta segundos y escuché a Martí Maqueda, director, parapetado tras una mesa, decir: «Gracias, Víctor, te llamaremos». No llamaron, claro, pero ya tenía el veneno inoculado, así que a comienzos del 64, después de haber cantado unas cuantas veces más con la Orquesta Bossa Nova, les dije a mis padres que definitivamente quería cantar, irme a Madrid.
—Pensábamos —dijeron— gastar un dinero en que estudiases algo, pero si quieres aprender música y cantar lo gastamos en eso.
Así me fui, con pararrayos. Tenía una habitación en la casa que mi tía abuela Teresa poseía en la calle de Santa Feliciana, en el barrio de Chamberí, al lado del mercado de Olavide.
El caso es que mi tía Teresa le contó al gerente del circo que su sobrino cantaba muy bien y que merecía una oportunidad. Así que mi debut en Madrid fue en el Circo Price para celebrar las cien representaciones de un espectáculo de variedades que encabezaban Marifé de Triana y Antonio Molina. En el fin de fiesta cantábamos algunos jóvenes que lo queríamos todo…
Seguía componiendo canciones y, como ya sabía algo más, eran un poco mejores cada vez. Incluso cuando grabé mis primeros discos —en los que soy irreconocible en voz y estilo— recuperé algunas de ellas.
De ese encierro y a lo largo de 1967/68 nacen El cobarde, El tren de madera, El mendigo, La romería, Paxarinos, El abuelo Vitor, La planta 14, Un cura de aldea, Mis recuerdos, Atrás queda el pueblo, El recuerdo de ella y muchas otras que nunca llegué a grabar porque no me acababan de gustar.
Después de aquel primer disco de éxito, decidí dejar la compañía de discos Belter para irme a Polygram (1970). Aquí había gente que me gustaba, con la que me encontraba cómodo.
En ese segundo elepé todo es más ordenado. Como en el primero, los arreglos de las canciones eran de José Chova. Por primera vez grababa en un estudio doce canciones que iban a formar parte de un elepé. Con músicos convencionales pero de primer nivel.
La música de Quiero abrazarte tanto la compuse en La Haya y la letra en México. Con esa canción y ese disco viajé por toda Latinoamérica y me asomé a un mundo nuevo. Buenos Aires era una fiesta. Volví cargado de libros prohibidos.
Una mañana estábamos sentados en la recepción del hotel en La Coruña y vi de espaldas, vestida con pantalón y chaqueta blancos ajustados, a una chica que me llamó la atención; cuando se volvió todavía era mejor. Con ella estaba Trini Alonso, actriz, que había sido mi madrina en la entrega de la Estrella de Oro en La Voz de Madrid seis años antes. Nos acercamos a ellas y Trini nos dijo:
—Ella es Ana Belén, estamos haciendo teatro en el Rosalía de Castro, la obra se titula Sabor a miel.
En septiembre de 1972 concursaba en el Festival de Río de Janeiro con ¡Qué pena! Se trataba de un festival que manejaban las discográficas, porque a mí directamente nadie me dijo que debía concursar. Fuimos Nino Bravo y yo representando a España.El recuerdo más imborrable que traje fue escuchar en un local mínimo —casi podías tocarla— a Elis Regina acompañada al piano por César Camargo Mariano, que fue su compañero más tarde. Una Elis deslumbrante, rebosante de vida, sentada encima del piano, descalza, cantando como solo ella podía hacerlo.
Fueron años muy esforzados los que van del 73 al 78. Intenté grabar nuevas canciones pero la censura no me contestaba ni sí ni no y ninguna compañíadiscográfica se aventuraba a pagarte un estudio, un arreglista, músicos, porque sencillamente no podía editarlo y si lo editaba la difusión en los medios masivos era igual a cero.
Alguna de las canciones que escribí en ese tiempo eran respuestas automáticas a situaciones políticas que se iban produciendo:
No me vendas democracias en porciones,
no me digas que yo soy totalitario,
debe ser tu cerebelo fatigado
de ejercer tanto poder en solitario,
el cerebro me lo rasco si me pica
pero no le echo la culpa al piojo verde,
ya se sabe que los rojos son muy bordes
y que son unos eternos disconformes…
Ay, qué risa, reformisa…
Había enviado a la censura varias canciones más pero decidieron darlas todas por no recibidas y no se molestaron en contestar, con lo que me vi imposibilitado para editar un disco nuevo.
Me refugié en el Cancionero Asturiano de Eduardo Martínez Torner y grabé Verde.
Durante la Semana Santa de 1977, rodé un documental para TVE con Víctor Manuel y Ana Belén. En él hablaban de sus inicios por la vida, de sus trabajos y de sus canciones. La parte de Víctor la rodamos en Asturias, poco menos que de una forma clandestina. Queríamos montar un concierto en la plaza del Mercado, en Oviedo, pero no nos dieron permiso. Ni tampoco en la Universidad. Lo hicimos como pudimos en un pequeño campo de fútbol vigilados por la Guardia Civil. Aquel domingo, bien temprano, las gentes fueron a colaborar en el rodaje, a escuchar a Víctor y a Ana y de paso a manifestarse por la libertad. Con cautela sacaban pequeñas banderas azules, con pasión coreaban y aplaudían Asturias o La planta 14 o El cobarde o Quiero abrazarte tanto.
Una tarde de verano de 1978, perdía el tiempo en un hotel de Montilla (Córdoba) antes de ir a cantar a Aguilar de la Frontera. Leía el diario Córdoba y un reportaje me llamó la atención. En la provincia, en Cabra, una residencia para discapacitados psíquicos alojaba miembros de ambos sexos, con los problemas que de ahí se derivaban.
Una de ellas eran Mari Luz y Antonio, que al acabar su trabajo paseaban por el jardín agarrados de la mano. Ese era en síntesis el reportaje que disparó mi imaginación. Pocos días después escribí la canción que posteriormente grabé en Milán y formó parte de Soy un corazón tendido al sol. Mari Luz y Antonio se casaron algún tiempo después y han tenido tres hijos.
Cuando la canción empezó a sonar masivamente la sorpresa fue mayúscula: había resucitado un cantante y compositor al que algunos medios daban por amortizado. Acababa de atravesar un largo desierto y ese fue mi oasis. Ese curso me volvieron a dar los premios que ya me habían entregado diez años antes: cantante revelación, mejor canción, etcétera.
Lo canté en 1978; era mi primera foto fija de la nueva situación:
Que no cese la esperanza acorralada,
con un voto no cambiamos casi nada;
que no cese la esperanza acorralada,
muerto el perro no se fue con él la rabia.
Cuando salió Soy un corazón tendido al sol (1979), amaneció, artísticamente hablando. La prensa se mostró extremadamente elogiosa.
En ese 79 fui el artista más contratado: ciento veinticuatro actuaciones. «El año de Víctor», anunciaba la portada de El Periódico. «El resucitado» me denominaba otro. Fotogramas aseguraba en su portada que «Solo piensan en él». Adiós a las catacumbas.
Cuando quise darme cuenta ya estaba grabando de nuevo en Milán y con Danilo Vaona el segundo de aquel ciclo. Se titulaba Luna y llevaba la primera portada en la que trabajé con Juan Gatti, diseñador gráfico y mucho más que eso, que acababa de ingresar en CBS.
La canción que más voló fue y sigue siendo Luna. Sorprendimos con aquel reggae entonces y desde entonces la canto siempre. Es una canción amable.
Aún apuré otro disco más en Milán. Ay, amor era un trabajo muy sólido, me parece a mí, más maduro, más trabajado.La canción que da título al disco era el mascarón de proa, pero también incluía La sirena, que consigue arrastrar al fondo del mar a su enamorado, o Esto no es una canción, un tema rabioso escrito en pleno acoso a nuestra democracia, entonces tan frágil, por parte de militares y guardias civiles que, equivocando estruendosamente su trabajo, intentaban salvarnos por cojones:
Cuando hablen de la patria no olviden que es mejor
sentirla a nuestro lado que ser su salvador,
por repetir su nombre no te armas de razón,
aquí cabemos todos o no cabe ni Dios…
Recuerdo que cuando la estrené en el Palacio de los Deportes de Madrid Tierno Galván me decía tras el escenario en los bises: «Dales caña, cántala otra vez».
Aunque comercialmente Ay, amor fue un éxito, de acuerdo con Aurelio González decidimos cerrar ese ciclo y buscar una sonoridad diferente con otra producción y otro arreglista. Ahí apareció GeoffWestley para Por el camino (1983).
La canción había estado prohibida hasta esa fecha. Cuando la envié por vez primera a la censura me propusieron quitar algunos versos, por ejemplo «millones de puños gritan»; les dije que el poema no era mío, que el poeta se había muerto, que yo no podía quitar nada. Como eran inconmovibles no se ablandaron, eran funcionarios. Pero esta grabación del 83 en Londres era definitiva y fue el momento dulce de su descubrimiento y posterior crecimiento. En Asturias, esta canción es el segundo himno del Principado; vale para manifestarse en la calle o para acabar una romería en un prado con sidra y farolillos.
Aquel disco grabado en directo en la Laboral fue el inmediato anterior a la producción que hice para el sello Ariola de Querido Pablo, una antología de Milanés en la que le junté con Chico Buarque, Mercedes Sosa, Ana Belén, Aute, Miguel Ríos, Amaya Uranga y conmigo.
Sin transición comenzamos a grabar Para la ternura siempre hay tiempo (1985). Se trataba de un disco doble y la intención era separarlo más adelante, cubierta la primera comercialización: el de Ana se titularía Para la ternura y el mío Siempre hay tiempo. Nunca llegó a materializarse esa idea. Ante el éxito espectacular, la compañía decidió apurar hasta el final el formato doble.
Yo había escrito para ese trabajo canciones que aguantaban bien el paso del tiempo —en mi opinión— como Matador, Cruzar los brazos, Boxea con tu sombra o Nacimiento de Cristo, sobre un poema de García Lorca que ya había grabado para el disco Poetas en Nueva York y que recuperé para este proyecto.Ana y yo cantamos a medias No seré nunca juguete roto y Bárbara y cuando ya estaba cerrado el repertorio, Aurelio González, de CBS, me dijo que el grupo Suburbano le había llevado una canción que estaba muy bien. Efectivamente, cuando escuchamos La Puerta de Alcalá la «compramos» inmediatamente.
Cuando en la primavera del 86 empezó a sonar arrasó desde el minuto cero. Los autores son Luis Mendo, Bernardo Fuster y Paco Villar.
Arrancamos la gira en Valencia el 19 de julio de 1986, en el estadio de fútbol Luis Casanova ante cuarenta mil espectadores. El montaje era espectacular para aquellos años y este país. Proyectábamos sobre una pantalla al fondo del escenario con un proyector de cine que pesaba un quintal y había que subirlo a una plataforma con una grúa colocada en medio del campo de fútbol
Por vez primera viajábamos todos juntos —músicos, técnicos— en un lujoso autobús. Esa vuelta a España fue espectacular —ser intérpretes de una canción que sonaba a todas horas es lo que tiene—, con llenos hasta más arriba de la bandera. Grabamos el concierto en octubre, en Zaragoza, y se emitió en Televisión Española.
En Via dei Coltelli grabé ¿Qué te puedo dar? (1988), donde aparecía La madre. En un viaje anterior a Bolonia había leído en un periódico que una madre en Nápoles había dado muerte a su hijo con una dosis pura de heroína, incapaz de soportar por más tiempo su dolor. Este tema es difícil imaginárselo si no existe un soporte real.
¿Qué te puedo dar que no me sufras?
¿Qué te puedo dar que no te hundas?
Que no vea en tus ojos reflejos de cristal,
que me mata tu angustia, que me puede tu mal…
¿Qué te puedo dar…?
En 1989, veinte años después de las primeras grabaciones en Barcelona de canciones muy relacionadas con Asturias, me pareció que merecía la pena revisarlas, darles una vuelta en Bolonia bajo la dirección de Roberto Costa. Tiempo de cerezas (1989) es su título
Ese repertorio cogió aire nuevo, se oxigenaron las canciones, unas más que otras, y decidí hacer la gira imposible: treinta y cinco conciertos, casi todos ellos en pueblos o villas de Asturias, donde nunca había cantado. Los completamos, algunos en condiciones muy precarias.
Cuando comenzamos a llamar a pequeños ayuntamientos para ver si había un espacio donde tocar, preguntaban: «Pero ¿qué Víctor Manuel?, ¿el de verdad…?».
Insistí en Bolonia de nuevo y en 1990 grabé en el flamante estudio de Lucio El delicado olor de las violetas, que pasó sin pena ni gloria. Cuando en las entrevistas hablo de éxitos y fracasos siempre me preguntan: «¿Qué fracasos?». Yo sé de lo que hablo. Ese trabajo tenía canciones notables pero ninguna encontró su sitio.
Soy escritor de canciones, no escritor, y no tengo metodología, hábitos u obligaciones de escribir algunas palabras cada día. Por eso me disperso, no anoto cosas que después olvido. Siempre pienso que soy capaz de recordar algún flash que me viene de golpe y parece interesante.
Cuando el calentón de la producción cinematográfica comenzaba a remitir escribí las canciones de ¿Adónde irán los besos? (1993), que de nuevo funcionó muy bien. La canción que daba título al trabajo eran recuerdos de adolescente y primeros amores, platónicos también, e incluyo en este apartado la pasión desbordada por BrigitteBardot, que me tenía literalmente idiota.
Así arrancó el proyecto Mucho más que dos. Iba a ser solo un concierto que luego se convirtió en dos en el Palacio de los Deportes de Gijón a comienzos de abril. Con grabación de imagen y voz. El repertorio estaba compuesto por canciones nuestras y temas emblemáticos robados a los invitados, como Mediterráneo de Serrat, Blues del autobús de Miguel Ríos —letra mía—, El breve espacio en que no estás de Pablo Milanés, Marilyn Monroe de Manolo Tena y dos joyas de última hora. Pedrito Guerra, con el que ya habíamos colaborado, llamó cuando estábamos ensayando:
Tengo una canción nueva que puede serviros…
Era Contamíname. La envié a Bolonia y Roberto Costa deprisa y corriendo escribió el arreglo y nos lo envió. Otra canción llegada a última hora, Yo también nací en el 53, de Andrés Molina, contenía versos que Ana no estaba dispuesta a cantar porque no le gustaban y, de acuerdo con Andrés, escribí parcialmente una nueva letra.
Cuando estábamos en el hotel de Quito le envié un fax a Pablito Milanés, a La Habana: «¿Montamos un espectáculo titulado En blanco y negro, hacemos gira este verano, grabamos un directo con nuestro repertorio y tres canciones originales?».
Pablito respondió inmediatamente: «Si tú me dices ven, lo dejo todo…».
Así nació En blanco y negro.
Hablé con Pedro Guerra y Jorge Drexler para que nos escribieran dos canciones con lo que les sugiriera el blanco y negro; la tercera fue una letra de Sabina con música de Pablo y mía.
Comenzado ese año 96 nos reunimos varias veces Serrat, Ríos, Sabina y yo. También solía asistir a las reuniones el entonces mánager de Joaquín, Paco Lucena, apodado cariñosamente El Pateras porque era oriundo de Ceuta. Como nos congregábamos en casa, Ana andaba por ahí. Yo quería armar un concierto con los cuatro que girase por España y América. Joaquín no acababa de verlo.
Una noche de aquellas Joan Manuel se dirigió a Ana:
—Anita, ¿tú querrías cantar con nosotros?
—Claro. —Y ese fue el cuarto elemento.
Después de encontrar el nombre y hacernos las fotos, comenzamos a trabajar en el repertorio, mientras los mánagers organizaban la gira. Lo bautizamos El gusto es nuestro y empezamos a ensayar. Con la ayuda de los otros tres fui redactando un Diario de ruta.
El 8 de agosto de 1996 arrancamos en Gijón, en el hipódromo de Las Mestas. Alguien recordó en la prensa que entre los cuatro sumábamos 198 años y para todos fue la noche más hermosa.
Luego Pontevedra, Coruña, Santander, Talavera de la Reina, Benidorm, Tarragona, Peralada, Maspalomas, Tenerife, Málaga, San Roque, Cádiz…
Un año después de la gloriosa gira por España de El gusto es nuestro nos fuimos a Latinoamérica. Fue una larga gira en estadios y alguna plaza de toros como la Monumental de México.México, República Dominicana, Costa Rica, Venezuela, Uruguay, Chile, Colombia…
Acabamos el 10 de diciembre del 97 en el Luna Park de Buenos Aires, después de haber cantado en Córdoba y Rosario. La última noche, en la última canción, hicimos piña en el escenario y lloramos con gusto.
Pocos meses antes había editado Sin memoria, donde había vuelto a trabajar con GeoffWestley como arreglista y productor.
Puedo vivir sin héroes que me salven,
sin perros que me ladren,
con poco más que nada
que algunos litros de aire.
Pero no puedo vivir sin memoria…
Todos los titulares de prensa saludaron el trabajo de forma similar: «Vuelve la canción protesta», y algunos —y hacía años que no ocurría— lo calificaron como el mejor disco en tiempo y lo elogiaron por la sorpresa de sus músicas, sus historias y esa voz, que ahora más que nunca sonaba natural, carente de filtros y artificios.
El caso es que Sin memoria, que incluía alguna canción notable como Canción pequeña,
Cuando te pones a escarbar en la memoria
vas escogiendo del pasado algunas cosas
que te apuntalan, que te afirman, que te enrocan
que te protegen de algunas sombras…
quedó sepultado por El gusto es nuestro, que fue la gira del año, como lo acreditaron importantes premios y el reventón que conseguimos en todos los lugares donde nos presentamos.
He utilizado Vivir para cantarlo en tres formatos. El primero de ellos para una grabación en vivo con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y el Coro de la Fundación Príncipe de Asturias (1999).
Antes de El hijo del ferroviario había coproducido con Antonio García de Diego Cada uno es como es (1999) y habíamos escrito algunas canciones a medias. Vienen del Sur habla del desarraigo y de la emigración cada vez más presente. Y una joyita que no llega a los tres minutos, Me gusta saber de ti, contiene un hallazgo: la guitarra portuguesa de Antoñín.
Me gusta saber de ti
por lo que pudo haber sido y no fue,
no fui el amor de tu vida,
comí cuantas migas
al suelo dejabas caer…
Ya he contado que David comenzó a tocar conmigo en 1999, en la gira de Cada uno es como es.
En El hijo del ferroviario me encontré con unas cuantas canciones completamente nuevas en mi forma de escribir.
Le hice una canción a Marina —Nada nuevo bajo el sol— porque una tarde había llegado del colegio y me contó que un amigo suyo, Jorge, le estaba escribiendo una canción. A mi padre le compuse El hijo del ferroviario, para Ana Dueña y señora. Grabé con Joaquín Sabina María de las Mareas.
Con mi disco y Peces de ciudad de Ana armamos una gira titulada Dos en la carretera, muy bien estructurada, con buen grafismo y una escenografía muy limpia, muy blanca. Giramos por todo el país y cerramos en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, donde grabamos un CD y un DVD con el título de la gira. Esa noche nos acompañaron Pedro Guerra, Fito Páez, Miguel Ríos, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, que volvía a pisar un escenario después de algunos meses, superado el ictus que le había dejado pensando en lo que habría podido ser su futura vida con un poco menos de suerte.
Ya he contado que David comenzó a tocar conmigo en 1999, en la gira de Cada uno es como es. Luego giró con Ana y conmigo en Dos en la carretera. Cuando volvió de Berklee sabía mucho y, sobre todo, no tenía pánico escénico porque sabía defenderse musicalmente en cualquier situación, que es lo primero que por lo visto te enseñan en esa escuela de música.
Comenzaron a llamarle para alguna película de colegas suyos y obras de teatro y cuando yo había escrito canciones suficientes para grabar de nuevo, le propuse que arreglara y produjera El perro del garaje (2004).
Ahí dentro hay canciones escritas con una precisión que ahora me resulta ajena, por ejemplo Si yo fuera Dios.
Si yo fuera Dios no haría más milagros
qué más milagro que alguien crea en Dios,
de mis hazañas todos han hablado,
mi biografía solo la he de escribir yo…
Por otro lado, es una percepción que tengo siempre y creo que la voy a seguir teniendo en cada nueva línea que escriba: no sé en qué estado de consciencia escribo algunas cosas.
En El perro del garaje prolongaba la estela de El hijo del ferroviario con temáticas a pie de calle, de lecturas urgentes, de prensa, de noticiarios…
Comenzamos la gira de Una canción me trajo aquí en el verano de 2005 y acabamos en octubre de 2006. Queríamos presentar un concierto diferente y establecimos hacer cuatro bloques de canciones con una pequeña pausa al finalizar cada uno de ellos.
Queríamos contar que las canciones viajan mucho antes de que nosotros lleguemos a los lugares y cuando por fin llegamos, ellas están esperándonos allí.
Comenzamos un 25 de junio bajo el acueducto de Segovia y concluimos un 28 de octubre en La Rambla (Montevideo) ante quince mil personas en el cierre de la XVI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, que presidía mi querido amigo Enrique Iglesias.
Dirigió el espectáculo José Carlos Plaza y lo grabamos en el Teatro Romano de Mérida el 16 de septiembre de 2005. A finales de enero de 2006 se editó el DVD+CD.
David y yo nos pusimos a trabajar en No hay nada mejor que escribir una canción, que editamos en 2008. Escuchado hoy, siento que la calle, la vida, lo que nos rodea está presente en muchas de las canciones.
Destacaría Cómo voy a olvidarme, que habla de la memoria histórica:
Cómo voy a olvidarme si el olvido es memoria,
de qué debo olvidarme, están hablando en broma…]
Cómo voy a olvidarme de todas las derrotas,
de tantos humillados, de las familias rotas,
cómo voy a olvidarme de sueños imposibles,
de tantos invisibles y de tantas victorias…
En todos los conciertos de Vivir para cantarlo esta era la canción final antes de los bises.
Giramos Ana y yo, primero en América con Tal para cual. Ana estrenaba su último trabajo —Anatomía, producido por Javier Limón— y yo No hay nada mejor que escribir una canción. Luego hicimos el verano de 2008 en España.
A finales de 2013, Enrique Granda, de Derrame Rock, especializado en encuentros de rock en Asturias y otros lugares, me mandó un correo. Quería proponerme un concierto:
—Vas a cumplir cincuenta años en la música. ¿Quieres hacer un concierto en Oviedo para las fiestas de San Mateo, el próximo septiembre…?
—¿Cómo que cincuenta años…?
—El año que viene se cumplen esos años de tu ida a Madrid para dedicarte a la música…
—Pues sí, déjame que lo piense…
Le di algunas vueltas al posible concierto. Pensé en la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, con la que ya había trabajado. Debía ser un concierto con invitados. El título se fue abriendo camino. Sé que hay novelistas que no comienzan a escribir hasta que no tienen el título que les provoca y el final del libro; me pasa un poco igual, necesito saber cómo se llama eso en lo que voy a trabajar los próximos meses.
Una vez encontrado, a comienzos de 2014 me puse en marcha para convocar invitados.
Se pusieron las entradas a la venta y volaron en cinco días. Me creyeron. Les propuse a todos los amigos confirmados añadir una segunda fecha y todos dijeron que sí.
Cuando el grueso de los invitados estuvo confirmado empecé a trabajar en el repertorio. Pensé en algo que llamamos Suite asturiana, que agrupaba Cuélebre, Planta 14, Paxarinosy Por el camino de Mieres. Hevia pasaba por todas las canciones con la gaita y yo cantaba con Chus Pedro y Marisa Valle Roso.
Los conciertos se celebraron los días 12 y 13 de septiembre de 2014 y yo estuve parte de julio y agosto recorriendo muchos kilómetros, dando vueltas en mi cabeza al concierto y manteniendo contactos con todos.
Llamé a Rosendo para invitarle y aceptó pero no adivinaba qué canción podíamos hacer juntos. Así se lo comentó a Miguel Ríos días después, pero cuando le envié Canción de la esperanza lo tuvo todo más claro.
David San José hizo los arreglos y dirigió a los once músicos. Unos días antes le propuse cantar juntos y eligió Bailarina.
Veinte mil personas nos vieron. Llegaron de toda España. La mitad de Asturias. Cuando editamos la grabación de los dos CD y el DVD anunciamos el concierto de Madrid, en el Barclaycard, y las entradas volaron de nuevo. No repetimos concierto entre otras razones porque ya me daba apuro decirles a todos los compañeros que se habían vendido todas las entradas y podíamos hacer un día más.
Febrero de 2015. Viernes 13. 50 años no es nada. Queda un concierto más en Barcelona pero este de Madrid es el tercero y último grande. Me refiero a que he convocado a muchos amigos y será una noche especial.
De los conciertos de Oviedo faltan Miguel Ríos, Ismael Serrano, Wyoming y Estopa. Algunos de los que no pudieron asistir a aquellos conciertos sí están aquí: Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Silvia Pérez Cruz… También Andrés Suárez y Millán Salcedo.
No existe ninguna profesión donde te aplaudan cada tres minutos o cuatro. ¿Se imaginan a un médico que por trasplantar un riñón fuese ovacionado en el quirófano por seis ayudantes, o que fuese retransmitida la operación y le aplaudieran veinte mil personas, o que te pudieses descargar su intervención en streaming las veces que quisieras y los estudiantes de Medicina te llevaran en sus tabletas? ¿O a un poeta improvisando en directo y haciendo partícipes de su inspiración a diez mil seguidores conectados con él?
A finales de 2013, Carlos San Martín, que trabaja para Sony y lleva en la música —y le gusta— toda su vida, nos sugirió un proyecto para Ana y para mí: Canciones prestadas. Le comenté que ya existían un par de títulos que utilizaban la palabra «prestadas» y le sugerimos el título que ha sido definitivo.
David San José fue haciendo los arreglos de las canciones y yo las adapté. La más endemoniada fue Hallelujah, de Cohen; la primera estrofa no tiene mayor dificultad pero las siguientes… Adaptar del inglés es siempre complicado. Cuando lo he tenido que hacer, tiro de la idea fuerza que cualquier canción tiene dentro y desde ahí intento que esa canción se parezca lo más posible al original aunque con palabras diferentes.
Íbamos ya muy justos para editar Canciones regaladas en mayo de 2014 y decidimos suspender la salida del disco. Realmente los últimos permisos llegaron a finales de julio y yo estaba metido de lleno en 50 años no es nada.
Pasaron meses sin que volviéramos a escuchar la grabación y cuando lo hicimos de nuevo nos gustó y nos animamos solos.
Hace ocho años que no giramos juntos —salvo un par de breves giras por América— y, la verdad, ya tenemos ganas.
No es fácil explicarme a mí sin ella, aunque cada uno tenga su parteaguas, su comida aparte, su rayito de sol no compartido, su comprensión de lo que nos rodea a partir de lo que piensa que puede pensar el otro… Y así.